Mucho más que el avaro

Mucho más que el avaro
su riqueza escondida
amo yo, fiel Ernesto,
mi compás y mi lira.
En vano, pues, intenta
tu Amistad comedida
persuadirme a que deje
mi soledad tranquila.
En el mar proceloso
de pretensiones míseras
bogar feliz no puede
mi pequeña barquilla.
Demasiado conozco
las propensiones mías;
no nací, no, mi Ernesto,
con ambiciosas miras.
Guárdense los caudales
para quien los codicia,
y obtenga los destinos
el que los solicita:
que yo sólo deseo
modesta medianía,
donde manejar pueda
mi compás y mi lira.

El sueño
Una noche gozaba
del plácido descanso
que adormece las penas
y anubla los cuidados.
Pero, luego, cual uno
que a lo lejos ve un cuadro
y distinguir no puede
sus confundidos rasgos,
repasaba en mi mente
infinitos retratos
de objetos que, despierto,
me son idolatrados.
Y poco a poco crece
el seductor engaño;
y la ilusión se aumenta
por un prodigio raro;
de manera que mi alma,
en un ensueño grato,
distingue bien las formas
como en el día claro.
Ya parece que toco
las cosas con las manos,
y que siento y percibo
los soplos del Austro.
Ya parece que veo
el semblante adorado
de aquélla que, aun en sueños,
me tiene amartelado;
y que feliz cual nadie
disfruto sus halagos,
y tranquilo reposo
entre sus tiernos brazos.
Pero cuando más libre
me juzgo de cuidados,
y a la dicha me entrego
con mayor entusiasmo;
se presenta Cupido
a mis ojos turbados
con la aljaba en el hombro
y la flecha en la mano.
Al verlo, me intimido,
me estremezco, me espanto;
y en fervorosa súplica
le adoro arrodillado.
El hijo bello, entonces,
de la diosa de Pafos
me muestra de su flecha
el filo ensangrentado;
y abriendo los claveles
de sus divinos labios,
me habló de esta manera,
entre alegre y airado:
¡Mortal!… ¿Por qué pretendes
descubrir los arcanos
de mi poder tremendo,
de mi obrar sobrehumano?…
En tus locuras, ciego,
me nombras el ingrato,
el cruel, el homicida,
el traidor, el tirano.
Castigar yo debiera
con suplicios extraños
tu necio atrevimiento,
tu arrojo temerario.
Pero, pues en mis artes
no estás aún versado,
e ignoras la potencia
invencible de mi arco,
perdono por ahora
tus locos arrebatos,
y haciéndote favores
quiero quedar vengado.
¿Ves este invicto acero,
este arpón soberano
que de reciente sangre
se encuentra salpicado?…
Pues con él de tu amada
hoy mismo he traspasado
el insensible pecho,
el corazón ingrato.
El tributo que exijo
de todos los humanos
por su loca arrogancia,
con creces ha pagado;
y te espera rendida,
pues sabe que descanso
tendrán sus fieras ansias
solamente en tus brazos.
Anda, pues, y ya nunca
importunes con llantos,
con suspiros y quejas
mi poder soberano.
Goza de tu querida
los hermosos encantos,
y mi poder celebra
con versos acordados,
que solamente exijo,
de tal favor en pago,
amorosas letrillas
y muy sabrosos cantos.


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Poema Mucho más que el avaro - Miguel W. Garaycochea