Hay en sus ojos una luna nueva y un sol que siempre sueña.
Se recoge la luz en sus pupilas como un ave nocturna, posando en la mirada su perfil de vigía.
Ojos que escuchan desde lo invisible – los suyos – de la noche… Su doble aparición en el silencio intacto: inmóviles, sin párpados, desnudos.
En ellos no hay reflejo, ni imagen capturada; no hay en ellos un eco, ni una lágrima. La hondura que ha ascendido del abismo, oscuridad que absorbe al que la mira.
En sus ojos, la muerte vive y muere, renace y se alimenta de la sombra, incendia el tiempo con su sol oscuro.
Ojos ausentes para ver las cosas, presentes para ver todo el espacio.