Pastor a cuya gloria me levanto,
Zagala, honor de aquestas selvas bellas,
En lágrimas bañáis las nobles huellas:
¿que un cordero perdido lloráis tanto?
Lloras, María, y tu precioso llanto
Suben para su lumbre las estrellas;
Y lloras tú, Joseph, cuyas querellas
Son de los aires ornamento santo.
Más de una voz el aire desordena
Del uno y otro pecho atribulado,
Que a Jesús llama entre mortal gemido.
Mas de aqueste dolor nace otra pena,
Viendo que, cuando más hayáis llorado,
No igualará el dolor al bien perdido.