De ayer estoy hablando, de las flores,
De la fuerte agua, transparente y fría,
Del alma, de la luna abierta, ¡oh mía!,
De un ángel dulce y solo en los albores.
De tantas noches secas y menores,
Del perseguido bien sin alegría;
Del aire, de la sombra y la agonía,
De lumbres, cielos y arduos pasadores.
De ti, tiempo llegado y desprendido,
Que vas en mí y me dejas en velada:
Solitario, desierto y sin sentido.
Y encima de ti, vida delicada,
Cabello suave, quieto y advertido,
La muerte sueña y mueve su morada.