Pronto llegará la lluvia
y mis hiedras sentirán la fresca caricia de sus gotas.
Mientras tanto, tu amor se está instalando en otro cuerpo,
en otra alcoba y entre otros brazos,
mientras tanto.
Y llegarán: el agua, la oscuridad y el viento.
Tu cuerpo pintará su lujuria
sobre la juventud de una mujer más nueva.
Ahora me pregunto qué me queda:
algunos inviernos
entreverados con las innumerables primaveras
que algún día descubrí bajo tus sábanas.
Tal vez hoy no necesites el agua.
El amor solo – cuando es real – puede crear el éxtasis.
Te atrapó la juventud y la ilusión por una vida nueva.
Y allá te vas.
Veo que la locura hoy te acompaña a todas partes.
Pienso que me quedo sola.
Pero solamente estaré sola de vos.
De toda una vida pintada de desamor y engaños.
Jamás me despediré de tu recuerdo
– eso lo sabes –
Y en tu memoria quedarán pegados nuestros años de lucha,
de dolor y de amor.
Pero también de mentiras.
Yo le pregunto a mi alma por qué no te hice feliz
ni siquiera con el hijo,
ni siquiera con las primeras caricias sinceras y ardientes.
Pero no me responde.
Será para no aumentar este dolor que presagia muerte.
Comienzo a vivir la inercia en mi materia.
No entiendo tu efímero pasaje en nuestra vida
a través de los años.
Los años… Dios sabe que generan tempestades.
Porque mi peor pecado fue haber envejecido,
mientras a tu lado florecía otro amor
joven, pleno de la vida y de los sueños que algún día tuvimos.
Sueños que ya no recuerdas.
También se pusieron viejos.
Como yo.
Y te irás bendiciendo esa nueva vida que ilumina tu otoño.
Mírate al espejo.
No cierres los ojos.
Tu cabello está blanco y las manos te tiemblan
igual que las mías.
Vete ya. No importa. No entiendes.