Un asno soy ahora, y miro a yegua
Bocado del caballo y no del asno,
Y después rozo un pétalo de rosa,
Con estas ramas cuando mudo en olmo,
En tanto que mi lumbre de gran día
El pubis ilumina de la noche.
Desde siempre amé a la secreta noche,
Exactamente igual como a la yegua,
Una esquiva por ser yo siempre día,
Y la otra por mirarme no más asno,
Que ni cuando me cambio en ufano olmo,
Conquistar puedo a la exquisita rosa.
Cuánto he soñado por ceñir a rosa,
O adentrarme en el alma de la noche,
Mas solitario como día u olmo
He quedado y aun ante rauda yegua,
Inalcanzable en mis momentos de asno,
Tan desvalido como el propio día.
Si noche huye mi ardiente luz de día,
Y por pobre olmo olvídame la rosa,
¿cómo me las veré luciendo en asno?
Que sea como fuere, ajena noche,
No huyáis del día; ni del asno, ¡oh yegua!;
Ni vos, flor, del eterno inmóvil olmo.
Mas sé bien que la rosa nunca a olmo
Pertenecerá ni la noche al día,
Ni un híbrido de mí querrá la yegua;
Y sólo alcanzo espinas de la rosa,
En tanto que la impenetrable noche
Me esquiva por ser día y olmo y asno.
Aunque mil atributos tengo de asno,
En mi destino pienso siendo olmo,
Ante la orilla misma de la noche;
Pues si fugaz mi paso cuando día,
O inmóvil punto al lado de la rosa,
Que vivo y muero por la fina yegua.
¡Ay! ni olmo a la medida de la rosa,
Y aun menos asno de la esquiva yegua,
Mas yo día ando siempre tras la noche.