No he encontrado hallazgo más sencillo que tú.
Eres como un libro donde no se lee nada/ donde se hojean puros arbolitos/
arbolitos que pían mientras la mañana trae tempranísimos amores de pan llevar.
¿Quién dijo que el lirismo elogia sólo a las flores?
También hay hortalizas sencillas para sembrarles elegías.
Porque tienes la frescura lozana de una colecita que vino a contribuir.
Te pareces a la morica esa que me curó la derrota.
Moraima se llamaba ella/ payita cordobesa/ y en todo Al-Andalús/
Nunca comí mejores aceitunas que las que ella recogía.
Traía víveres para cocer amor mientras yo convalecía del combate.
Yo/ Taric Ibn Mahmûd/ moro cenizo de entonces/ había llegado herido/
Derramando azogue/ a refugiarme en los olivares de las vegas moras/
Y caí en su morada/ perseguido por los heráldicos señores de lo preciso/
Castellanos y navarros/ visigodos caballeros del campeador matamoros.
¿Qué extraña luz me salvó entonces del degüello?
¿porqué no repararon en un malherido yaciendo?
¿porqué vieron solamente a una sencilla y trémula mujer/
Cubriéndose el alma con su almejía?/ ¿acaso vieron a la soledad misma?
¿tanta sencillez también puede deslumbrar?
Con ella bebí de la mansedumbre de la espera/
Escuchando amorosas jarchas de sus ásperas manos compañeras.
Yo recitábale el Corán/ ella bajaba los ojos y me recitaba moaxajas.
¿cómo ella podía acunar/ en su cotidiana y áspera laboriosidad/
Un alma tan tersa?
Siglos y siglos después, heme aquí/
Evocando sucesos ilegibles como si fuera dueño de la memoria/
Preguntándome qué extraño instinto trashumante
Me hizo alzar el vuelo ésa vez/ para llegar hoy/ con la poesía congénita/
Como peregrino sempiterno que vuelve a extrañar el horizonte.
Todo esto traigo al tintero porque/ amiga/
Tu sencillez una vez más vuelve a fulgurar.