Sátira

Sempronio, no te canses. Hombre lego
sólo sirve a dar vueltas a una noria,
o a llevar en los hombros un talego.
A los sabios se debe fama y gloria,
lumbreras de los cursos y las aulas,
ornamentos del templo de memoria.
Es verdad que se ocultan muchas maulas
bajo el nombre de sabios, y que algunos
no merecen mucetas, sino jaulas.
Declamadores necios e importunos
que atribuyen el ergo y el sorites
al siglo de los godos y los hunos.
Y más azucarados que confites,
ostentan lo sutil de su cerebro
en fondas, en tertulias y convites.
A éstos, por vida mía, no celebro:
verlos quiero más bien arrebatados
por las aguas del Tajo o las del Ebro.
Aquellos profesores, enseñados
a manejar volúmenes en folio,
de cuestiones sutiles atestados,
son los que ocupan del saber el solio,
y es justo que su nombre se repita
del barrio del Perchel al Capitolio.
No es verdad que murieron, como grita
el tropel de pedantes disoluto
que la extranjera jerigonza imita.
Hablen sino las aulas de Compluto,
do retumba el sonoro Epicherema,
dando a las ciencias abundoso fruto.
Viven y beben: sus furores tema
la química con todo su aparato,
la física con todo su sistema.
Vive y triunfa el sublime peripato;
la forma silogística prospera,
ni hay fuerza que detenga su conato.
Vuelve a ser frecuentada la carrera
en que la sabatina y el certamen
ganaron una fama duradera.
Siguen los ejercicios y el examen,
lo mismo que en los siglos doce y trece:
item más, el refresco y el vejamen.
Aquel latín que en nada se parece
al de Marón, de nuevo predomina
adonde el claustro y gremio resplandece.
En bayetas se envuelve la doctrina:
la lengua de Castilla no se aprende,
que no parece de la ciencia digna.
En diez años de cursos (bien se entiende,
contando la mitad de vacaciones)
el círculo de estudios se comprende.
Así se forman ínclitos varones,
de que la patria saca tanto jugo
en las más apuradas ocasiones.
Muchos pretenden sacudir el yugo
de esta noble enseñanza, y atrevidos
al más grave doctor llama Tarugo.
Y los verás triunfar envanecidos
con párrafos vacíos y pomposos,
en folletos de extranjis aprendidos.
¿Quieres dejarlos mudos y penosos?
Háblales de la esencia y la existencia,
de los predicamentos ingeniosos.
Diles que te definan la potencia,
y el ente de razón, y que combatan
el formidable: nulla est consequencia.
Si en Súmulas discurren, disparatan;
en el secundum quid, no saben jota,
y por eso a Goudin ciegos maltratan.
Lo que a estos calaveras alborota,
es una ciencia nueva y peregrina
en que la moda de innovar se agota.
Ideología es su nombre, y de la China
vino sin duda tan extraño invento,
de que no hablaron Gómez ni Molina.
Con solo la ideología, en un momento
te explicarán la cosa más oscura.
Vaya, que la ideología es un portento.
¡Pues qué es ver a un muchacho criatura
hacer anatomía del lenguaje,
y responder con la-mayor frescura!
¡Oh de la ciencia vergonzoso ultraje!
¡Qué ya no es monopolio la doctrina,
y no distingue dignidad ni traje!
Mientras un mozalbete se reclina
sobre el muelle sofá, mientras devora
una pierna de pavo en jaletina,
demostrará que es ciencia embaucadora,
la que en los pergaminos abultados
de tanta biblioteca se atesora.
Hablará de los hombres ilustrados,
contará del oxígeno primores,
y dejará a los necios embobados.
Dirá que hay machos y hembras en las flores,
y probará (repara que simpleza)
que es la luz la que forma los colores.
Sus palabrotas son: naturaleza,
germen, vitalidad, desarrollo;
tipo, organismo, formas y belleza.
Hará ver lo sutil de su meollo
abriéndole a una rata una cisura,
o asesinando a un miserable pollo;
y con un trozo viejo de herradura
temblarán los sangrientos intestinos:
galvanismo se llama esta diablura.
Si de estos miserables desatinos
pasas a cosas de mayor esfera,
verás como desbarran los mezquinos.
Ya la jurisprudencia no es carrera
digna de presidir los tribunales:
es la legislación la que prospera.
Las Pandectas son libros mazorrales:
usucapion, tenuta, lenocinio,
no es idioma de gentes racionales.
Vaya a tomar el fresco Arnoldo Vinio:
para hilvanar en culto un pedimento,
no habemos menester su patrocinio.
Sobrado enardecido ya me siento,
no quiero tomar un tabardillo
por fruslerías que se lleva el viento.
Empero tú, Sempronio, hombre sencillo,
en tantas engañifas no te cebes,
ni te deslumbre su aparente brillo.
En latín, el latín aprender debes:
estudia bien las Súmulas. ¡Dichoso
si en fuentes puras sus raudales bebes!
Este camino es blando y provechoso:
síguelo dócil; ríete del necio
que pierde su salud y su reposo
por conseguir universal aprecio.


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Poema Sátira - José Joaquín de Mora