Hermano mío, riñón de Centroamérica,
En este Istmo que de Tehuantepec a Panamá tiene figura
De hombre sentado que por su geografía medita su destino,
Puestos los pies descalzos – por el Canal del dólar ya amputados –
En el colgante, inmenso fruto que es Sudamérica
Y que apoya la espalda
Contra el enorme cuerno de la abundancia que siempre ha sido México,
Salvador Cuscatlán a quién he visto
En el paisaje, estampa; en el volcán cintura;
En la colina, pecho; en la arboleda, hirsuto;
En el café – que es el color de tu piel-estimulante;
En tu nombre, varón; en el Izalco, ardiente;
Fresco en las fuentes y en el aire claro.
A quién rebautizaran con un nombre de augurio: El Salvador
Y en su consagración santificaron urbes.
Salvador Cuscatlán, te había visto así
Y en los mil modos y no acaban de verse
Sin extrañar, los ojos… Empero anoche oh amargura,
Cerca de un edificio de seis pisos
-reto a tu cielo, garra en tu suelo – un rascacielos más,
Puyazuelos, puyacielos, de una compañía nacional de café
Te halé en el suelo durmiendo como Mesías, sobre su corazón,
En el umbral de un almacén, en un portal,
Encogido, y sin duda soñando con un pan
Que no probaste en todo el día;
Soñando el rasgacielo de un anhelo: glorias;
Soñando el rasgasuelo que abre surcos: fosas;
Roñando con un ras, a ras del suelo,
Libre de andrajos, niguas, piojos, que todavía así,
Sin tener sangre – casi eres mineral de tanta lava –
Por esos edificios de seis pisos, tu sangre chupan.
Esas moles que ahora elevan con el propio apellido que da miedo
Quienes te tienen miedo y cuyo nombre – en él todos los nombres –
Desola y agosta la tierra que holla o planta
Por ser nombre con “de” de doblez doble, con corona ducal,
De papa o arzobispo, con birrete, kepi, trianch cap o sombrero tejano.
Hermano Salvador, te vi descalzo, harapiento,
Y tú tan claro en las mañanas cuando luces al sol,
Cuando en tus niños a pesar de sus voces
Quebradas todavía por el hambre,
Gritas los diarios húmedos de escándalos y crímenes
Y en las mujeres con sus vientres grávidos
Llevas canastos pletóricos de frutas,
De carnes y hortalizas que no podrán comer por estar caras
Y sudorosos hombres de moldeados músculos de barro,
Que con andrajos cubren sus genitales
Y aceleran el paso, resortes deambulando
Bajo el peso de cargas, convertidos en mulas, siendo humanos;
De noche se ven negros a pesar de que vibran las estrellas
E iluminan la altura los blancos pechos de las golondrinas
Que en la pauta de alambres de las calles
Puntean cada día partituras que todavía no descifran tus guitarras…
Salvador Cuscatlán, varón hermano mío, santo andrajoso
Ofrecido al Salvador del Mundo,
Negro por dentro y fuera, porque no tiene luz, vida ni ensueño
Sino el horror de las bombas atómicas y de hidrógeno.
Salvador Cuscatlán, hoy, ya de noche, te encontré en el suelo,
Ya que suelo mirar hacia lo alto y lo bajo,
Y que te he visto en medio en tu fuerza telúrica,
En tu cielo con bólidos verdosos
Como cortos circuitos de esperanza,
En lo simple y vulgar de la corriente alterna de cada día
Y en la corriente de más alta tensión que hay en tu cuerpo
Y que ahora cuentan que tienen apresada reteniendo al Lempa;
En ti puro volcán Izalco,
Vulcanizando por unir las hilachas, los andrajos, las lacras,
La miseria que hacen de ti, mentira de leproso, pura llaga, carne viva, tierna,
Como esta noche te encontré, echado sobre el suelo,
Sobre tu corazón, cerca de un edificio de seis pisos,
Te he encontrado en un niño, quizá hambriento,
Soñando en su grandeza, y su esperanza, durmiendo en el umbral
De una puerta de almacén, en un portal,
Hecho por tal, cualquiera, te he hallado en un niño,
En un Mesías, hay tantos en el mundo que nadie sabe distinguirlo, nadie,
Mira que ambulan por las calles, que duermen como tú, niño harapiento,
Salvador Cuscatlán al que encontré dormido
Quizás soñando en algo que no sea eterno…