Armado de más miedo que valor
me fui, en un mes de agosto, de safari mental.
Cacé tigres que eran necesidades,
trepé jirafas, admiré gacelas,
avisté mi final, malherí un ñu,
les pregunté por ti a los elefantes.
Alguien me había dicho que la dicha
era feroz, felina. Fui a buscarla.
Quise cazarla y enjaularla en mí.
Nadie me había explicado que se trata
de una bestia que, presa, desfallece
y solamente sobrevive lejos.
Un día no sé dónde
leí que yo era África y ahora
vago en la selva de lo que no sé.
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