Ante la parda tierra castellana,
se abre el verde milagro de una tierra
cristalina, en la paz de la mañana,
y el castañar comienza con la sierra.
El agrio vino, las melosas niñas,
la vaca familiar, el pan acedo,
un grato son de flauta entre las viñas,
y un místico ensalmar en el robledo.
El dionisiaco don de los molinos
enciende las divinas represalias,
y junta ramos celtas y latinos
en trocaicos cantares de faunalias.
Raptada, por la escala de la Luna,
la sombra de Tristán conduce a Iseo,
y amanece en las ondas sobre una
barca de luz, el áureo Cebedeo.
Al coro de la vieja romería
que tiene su camino en las estrellas,
la maternal virtud de la Mahía
lleva el triunfo de sus cien doncellas.
En un verde cristal de relicario,
son de esmalte los valles pastoriles,
tienen la gracia núbil del plenario
de las doncellas en los veinte abriles.
Al pie de las solanas abaciales
sinfoniza el bordón de las colmenas,
y en los huertos, en sombras de frutales,
dan su agreste fragancia las entenas.
Se enfonda y canta en las sonoras hoces
el Sil divino, de dorada historia,
y la gaita de grana da sus voces
montañera. ¡Del Celta es la Victoria!