Decapitando rubíes
En guillotina de nácar,
Va la gentil chapolera
Trepando por la montaña,
Mientras asciende en los tallos
Verticalmente la savia
Para pintar los mortiños
Y sazonar las naranjas.
Diez y siete primaveras
Enredadas en la falda.
Ojos donde está jugando
La noche con la alborada.
Sonrisa por donde cruzan
Los meridianos del agua,
Y el alma simple y sencilla
Como su misma “balaca”.
Hacen parte del paisaje
Su corpiño de zaraza,
Su escapulario del Carmen,
Sus pequeñas alpargatas,
Y la copla campesina
Que a media voz desgranada,
Hace temblar los arrieros
Que domina la montaña.
Lleva en sus labios promesas,
Lleva en sus Ojos nostalgias,
En sus cabellos la sombra
Y la luz en sus pestañas.
Tiene en su garganta un nido
De cascabeles de plata,
Que hace pecar por envidia
Las cuerdas de las guitarras.
Nunca las seis campanadas
La han sorprendido en la cama.
Ella es el despertador
Que despierta la mañana,
Para que barra el rocío
Que amaneció en la sabana
-Llanto que lloró la luna
Sobre un pañuelo esmeralda-
La sementera y el monte,
la planicie y la hondonada,
Son testigos silenciosos
De las espinas de su alma.
Ellos, en un sietecueros,
La han visto, con la navaja
Dibujar un corazón
Y una flecha atravesada.
Y es que cuando quiere, quiere
Con fuerza de madrugada,
Sin renunciar horas gratas
Ni escatimar las amargas.
Ella aprendió que en la vida
Sólo es grande la Montaña,
El amor sin egoísmos
Y una noche constelada.
Tú ignoras, chapolerita,
Que oculta entre la montaña
Eres símbolo y orgullo
De esta titánica raza,
Que a la mañana somete
Al roble a golpes de hacha,
Y al corazón por la noche
Rinde a golpes de guitarra.
En ti la vida es hermosa,
En ti se dilata el alma
Buscando costas de ensueño
Como la onda en el agua.
Revoltosa, cantarina,
Noble, buena, fiel y casta,
Eres tú la flor del oro,
Si hay oro en estas montañas.
Sigue, gentil chapolera,
En guillotina de nácar
Decapitando rubíes
Para llenar la canasta,
Mientras viendo tu belleza
Se emborracha la mañana,
Y duerme la borrachera
En los pliegues de tu falda.