Sigo aún en la música
que mi mano en la tuya aprisionaba.
Lenta caricia era, era lento desierto,
era una larga noche donde tan sólo el tacto
fuera idioma y aviso.
Cada viernes en Mozart naufragaba.
Sigo aún en la música, sigo aún en tu piel
que en otoño amé tanto.
Las voces de los niños – agudos estiletes-
del coro de sopranos desgarraban las rosas,
los ligeros vestidos, con enloquecedora
persistencia. Acuérdate: diciembre veintiuno.
Sigo aún tras mis párpados
inundada de música, aprendiéndote,
tantas las noches atesorando seda,
recordándote, para tu ausencia hacerte
discernible.
No había felicidad: amor tan sólo
con su incesante ansia. Sólo un abismo había
de emociones confusas. Sólo música era.
No había felicidad en alcanzar tu boca,
-Sinfonía Patética, número seis, Tchaikowsky-
ni en rendir la continua vigilancia
de estallantes serpientes, cremalleras,
botón de la camisa, cinturones.
Ingenuos baluartes para un hábil asedio.
No había felicidad en el asalto,
repentina intrusión, a tu ternura tímida,
tan sólo exaltación y quizás desconsuelo,
-Manuel de Falla, viernes diecinueve-
insistentes violines, quizás lluvia.
Sigo aún en la música,
sigo aún apoyada en el dulce declive
de tu hombro: viernes doce de octubre
“La inacabada”, Schubert, dieciséis de noviembre
Veinticinco de enero, Mozart…Mozart}
No había felicidad, sólo música había
Que en el rasgado escote de la noche
Una gardenia fuera.