Quejas de ausencia enviadas a su mujer

No sé por qué culpa o yerro,
señora, me desterraron,
mas sé que me condenaron
más a muerte que a destierro
cuando de vos me apartaron;
que en ser de vos apartado,
mi temor y mi cuidado,
mi tristeza y mi pasión
serán sin limitación,
aunque el tiempo es limitado.

No me puede el tiempo dar
alivio con limitarse,
pues el mal que ha de pasarse
puede también acabar
la vida como acabarse;
ni sin vos podré tener
sino siempre que temer
entretanto que no os viere,
porque, aunque veros espere,
en fin esperar no es ver.

Bien sé que algunos dijeron
que nuestra imaginación
hace caso, y lo escribieron,
mas no entiendo en qué razón
se fundan, si lo creyeron;
pues, si pudiera traeros
a mis ojos el quereros
con el siempre imaginaros,
ni me faltara el miraros
ni me matara el no veros.

Verdad es que en esta ausencia,
puesto que el alma suspira,
siempre os tiene en su presencia,
y los ojos con que os mira
son de mayor excelencia:
porque os miran, siendo ausente,
tan firme y seguramente,
que de poderos mirar
jamás los podrá apartar
ausencia ni otro acidente.

Mas los míos que os miraban
y mirándoos, conocían
el regalo en que vivían,
el bien que en veros gozaban
y el que partiendo perdían,
no tienen más que perder:
pues no veros es no ver,
sólo les queda esperar
que, volviéndoos a mirar,
vuelvan a cobrar su ser.

Y si fuere del temor
esta esperanza vencida,
mi memoria, que no olvida,
defenderá del dolor,
en vuestra ausencia, la vida;
que aunque el continuo acordarme
no puede ni basta a darme
consuelo ni bien entero,
en falta del verdadero
éste no puede faltarme.

Porque tan aceto ha sido
en el alma este cuidado,
que fue, en habiéndoos mirado,
de mi memoria el olvido
para siempre desterrado;
la cual del bien que tenía
dio al juicio, en aquel día
la parte que en él cupiese,
para que lo más creyese,
pues lo menos entendía.

Así en esto convinieron
memoria y entendimiento,
uno y otro tan contento,
que con vos sola tuvieron
cumplido contentamiento;
y su acordar y entender
pudieron luego mover
a la voluntad que fuera
sola en esto, y la primera
cuando lo pudiera ser.

No es dudosa esta verdad
ni flaco su fundamento,
pues os dan seguridad
memoria y entendimiento
juntos con la voluntad;
los cuales de tal manera
se conforman en que os quiera,
que, según todos declaran,
a quereros me forzaran
si de grado no os quisiera.

Aunque no fuera el forzarme
por el usado camino
por donde solían llevarme
Amor y mi desatino,
sin poder yo remediarme;
do, si tuve algún poder,
faltóme en ello el saber,
pero sé que, aunque supiera
valerme, no lo hiciera
ni lo quisiera hacer.

Mas ya sé, ya puedo y quiero
seguir la más sana vía,
pues por la que antes seguía
he visto el despeñadero
con la claridad del día:
ya me espinan los abrojos,
ya el sol alumbra mis ojos,
que estuvieron deslumbrados,
y pasaron mis cuidados,
que no fueron sino antojos.

Amo ya seguramente
sin duda de ser pagado,
imagino el mal pasado,
considero el bien presente,
y así es el gusto doblado:
con aquél sentí tormento,
con éste, en contentamiento
me voy siempre mejorado;
del uno quedo burlado,
y del otro, más contento.

Hizo Amor del yelo y fuego
süave y dulce templanza,
de mi temor esperanza,
de mi cuidado sosiego,
de su tempestad bonanza.
Ya no sólo me aseguro
de Amor, pero dél procuro
llegar a mayor extremo,
como quien a vela y remo
navega su mar seguro.

Y, si otro tiempo aprobaba
cosas dél que agora niego,
ya vio por milagro el ciego,
pues yo, de donde llegaba,
pude volver donde llego,
que es donde he descubierto
el pasado desconcierto,
y me ha dado el desengaño
de tanta fortuna y daño
seguridad en su puerto.

Vos, señora, sois y fuistes
de todo este bien la guía,
y al peligro en que me vía,
cuando vos me socorristes,
tal socorro convenía.
Así, en cuanto digo y hago,
so tan corto que no os pago,
que, aunque basta y aprovecha
para estar vos satisfecha,
a mí no me satisfago.

Esto solo os debe dar
alguna satisfación,
que en el alma y corazón
tenéis, señora, el lugar
que se os debe por razón;
aunque por la parte humana,
que es también sincera y sana,
pierden y están mis sentidos
en esta ausencia perdidos
donde sola el alma gana.

Estas dos partes, señora,
que el alma y sentidos fueron,
aunque siempre difirieron,
en quereros nunca un hora
discordes jamás se vieron;
y, si estarlo parecía
sobre cuál más os quería,
quedaban, hecha su cuenta,
cada cual dellas contenta
con el bien que le cabía.

Mas las dos han ya venido
en caso tan desigual,
que tiene la principal
el bien que siempre ha tenido,
y la otra sólo el mal;
porque el destierro y ausencia
no quitan su preeminencia
de veros a la mayor,
y hay de vos a la menor
mil leguas de diferencia.

Y así me aparta el remedio
Fortuna, que me destierra
de la paz a tanta guerra,
do mi vista tenga en medio
tanta distancia de tierra,
que, aunque el tiempo da y consiente
esperanzas al doliente,
hace el temor no sentir,
del bien que está por venir,
alivio en el mal presente.

Y, aunque es alguno pensar
en volveros presto a ver,
he ya llegado a saber
que no esfuerza el esperar
cuanto desmaya el temer.
Y en ausencia, este consuelo
llega helado más que el yelo
y deshácese en un hora,
que en este estado, señora,
mucho más puede el recelo.

Y así parte tan caída
nunca mejora aunque espere,
que, si el bien se le difiere,
resiste poco la vida
a mal que tan recio hiere.
Mas haga el cielo que os vea
quien tanto veros desea,
pues sin esto no hay consuelo,
ni sin vos en este suelo
para mí bien que lo sea.

Vuele el tiempo como puede,
y con tal fuerza lo haga,
que en esto me satisfaga,
pues de su tardar procede
todo el dolor de la llaga:
porque estos ojos y oídos,
privados y distraídos
de todo el bien que desean,
hasta que os oyan y vean
no se llamarán sentidos.


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Poema Quejas de ausencia enviadas a su mujer - Hernando de Acuña