A fénix, en generalife, ausencia

Fénix, ausente hermosa,
Ejemplo dulce del clavel lozano,
Firme enseñanza de la fresca rosa,
Este que os sacrifico llanto tierno
Recibidle, primicia de mi mano,
Cosecha pobre del pesado invierno,
Que, ausente vuestro sol, cesó el verano.

Llegue, pues, suba la elevada cumbre
Dorada en vuestra lumbre,
Que tras tinieblas tantas
A vuestras aras besará las plantas
Y sobre la eminente pesadumbre,
Reina de tanta vega,
Que si en ella la vista se despliega
Y no la cogen vuestros claros ojos,
A sí misma se niega,
Aquestos tiernos rendirá despojos,
Regalo al alma, tiros al sentido.

Quien dice que la ausencia causa olvido
No conoce la gloria
Que constituye amor en la memoria
Del alma a quien se entrega.
¿Podrá olvidar su llaga un corzo herido,
Aunque veloz desprecie en ligereza
Al viento siempre alado,
Aunque distancia ponga
Inmensa su fatiga
Entre el acero que dejó manchado
Y el pecho lastimado?

Pues herida de amor tan penetrante,
Que dio a mi corazón vuestra belleza
(no es mucho al alma siga),
¿cómo podrá olvidarla mi terneza,
Si a más sentir me obliga?
Aunque ausencia interponga
Pesados montes y elevadas sierras,
La herida una vez hecha
Poco importa que diste de la flecha:
Siempre y en toda parte será herida.

¿Veis la llama colérica encendida
Con término elegante
Por pino antiguo discurrir volante
Hasta que deja el material difunto?
¿Veis que si eterno como anciano fuera,
Sin dividirse punto,
Permanente la llama consistiera?

Pues en mi amante pecho
Dos fuegos introducen vuestras guerras:
Uno será con el vivir desecho,
Que asido vive al corazón cansado;
Otro, que está en el alma colocado,
Evo será de duración ardiente,
Si no encendido más, más elevado.

¿Veis en aquesas vegas espaciosas
El árbol trasplantado,
Floreciente imitando vuestras rosas,
Cómo, aunque el sitio mude,
Copiosamente a dar su fruto acude?

Fruto es de aqueste combatido tronco
Del cierzo de esta ausencia
Daros amor, rendiros la memoria.
Así lo dice el instrumento ronco,
Así lo dice el canto,
Así los ojos tristes,
Que derramando regocijos viste
En la más dulce parte de mi historia.

Guióme a tanto mal y al triste llanto
Presente, en que me anego,
Si no en poblado aquel valiente ciego,
En el camino una cobarde fiera.
¿Quién tal de mí creyera?
Robóme la mitad del alma mía.
¡Oh necia! ¿Cómo a los que amor unía
Divides tan severa?
¿Qué se puede? Vivamos apartados,
Amada Fénix mía, en esperanza
De que podrán los hados
Darnos a manos llenas la venganza.


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Poema A fénix, en generalife, ausencia - Pedro Soto de Rojas