Los años me pesiguen como cuervos hambrientos
Y barren con los frutos de mis campos.
Hace ya tres mil años que no duermo,
Pero yo sigo andando
Por el borde de eternos precipicios en sombra;
Ni habito en el abismo, ni hallo paz en el llano.
Soy el maestro de los laberintos,
El navegante del perenne arcano.
Prófugo reincidente de mis torpes instintos,
Desciendo de la arcilla y me sublimo en vaso.
Sigo perdido en medio de la niebla
En el bosque habitado por terribles espacios
Donde la duda puebla
Cada rincón con hojas que hieren como cardos.
Me asombro ante la luz porque me asombra
Su intangible contacto.
He habitado la gruta,
He descendido al pozo y bebido el amargo
Licor de de la penuria sin encontrar la ruta
Que pueda rescatarme del tedio cotidiano.
-He vislumbrado en sueños la gran ciudad dorada.
Donde se hará más clara la razón del arcano-.
Y me sostiene un buen presentimiento
Que a pesar de la muerte me ilumina el costado:
No sé cuándo ni cómo,
Pero pronto y de pronto, seré resucitado.