Primero fueron horas,
y luego días, largos años,
subimos sin cesar. Vimos mañanas
y noches que pasaron igual que un viento frío.
Todo fue un mismo instante:
el dolor de alcanzar lo más lejano
y la dicha que sigue a la conquista,
todo es la misma cosa en el recuerdo.
Ahora, al asomarme
en soledad a los despeñaderos, veo desvanecerse
la realidad del tiempo y la memoria
y el sueño y la vigilia y la conciencia
como esta bruma densa que me envuelve.
Miro los verdes valles abrirse al horizonte como inmensos
océanos de niebla,
y unas súbitas aves emprenden su partida.
Igual que los vencejos ya no sé
de dónde comenzamos nuestra marcha
ni cuándo empezó todo.
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