La muerte es un mundo, no sólo palabra.
Difícil su existencia vestida de vida.
Esta experiencia nos da una lección final:
Volver al vacío, borrarnos, fundar otro vocablo.
Ella se deja ver entre la argamasa del secreto:
Legión insomne de sueños. Ramas de luz invertidas;
Antiforma hilando surcos parecidos al desconcierto.
La muerte me trae las raíces auscultas de la memoria:
Imágenes de las cosas desprendidas de mí,
Palabras supurando desde la profundidad de las nubes,
Gangrena y agonía parecida a la historia
Y un sosiego perceptible por el filo del cortejo.
La muerte, transmutación o reminiscencia, no lo sé.
Me dice entre su hipnosis, aquello con vida;
Aquello extraviado por los intervalos de los puntos suspensivos.
La muerte tiene su propio oficio. Su propio mundo.
Su lenguaje. Su tipografía de abismos.
A mí no me queda más, siendo parte de mí, verla en indicativo:
Conjugarla en las propias redes del presente.