Como Tony me lo contó
Se quiebra la madrugada
Con un chirrido de goznes
Oxidados. Una celda
Ha sido abierta. Rumores.
Hace un calor aplastante
De trópico y el mar rompe
Contra los muros del puerto.
Silencio. Los presos oyen.
Doscientos ojos hundidos
Se comunican, insomnes.
El tiempo se ha detenido
Para todos los relojes
Que marcan vida en el pecho
De los que temen sus nombres.
Dos guardias de verde olivo
Con barba espesa, recogen
A un joven tieso de miedo
Del suelo. La una y once.
-¡Arriba, gusano! – Y luego
Gravita un gemir sin voces
Mientras clausuran la jaula
Al ruido de sordos golpes.
Un hedor insoportable
Emana de los rincones
Infestados de excremento
Donde el terror se corrompe.
Las pisadas de los guardias
Martillan los corredores.
Hay manos que oprimen manos;
Manos que oprimen barrotes;
Hay ojos que miran ojos
Y ojos cerrados, que oyen.
Del patio proceden ruidos,
Gritos, atronantes órdenes.
Alguien manda: -¡Carguen armas!
Después, lanza imprecaciones.
Unos piensan en la madre,
Otros en el horizonte.
El viento pasa silbando
Por sobre los paredones.
Se escucha un chasquear de rifles.
-¡Apunten! – dicta otra orden.
Rezos. Y al instante gritan:
-¡Fuego! – y diez repercusiones
Se amplifican en cien ecos
Que apagan las oraciones.
La sangre no fluye y pesa
En los cuerpos, como en odres.
Manos abiertas y yertas
Resbalan por los barrotes.
Traen una sombra encorvada:
Los guardias vuelven al joven
A su celda. Ya no piensa,
Ya no siente, no responde
-las salvas de los fusiles
Matan por adentro al hombre –
Y un miliciano le dice:
-Hoy no. ¡Mañana te rompen!
¡Y ustedes! – grita a los otros
Vomitando sus rencores –
¡a dormir, que uno por uno
Caerá cuando le toque!
Murmullos. Los presos sudan.
La Habana. Larga es la noche.