A Alberto de La Rocha
Tan serio. Tan distante.
Tan huidizo y severo.
Tan parco en las miradas.
Tan reservado en la sonrisa y en el gesto.
Cuando arreciaban las tormentas,
Su cuerpo gris de plomo permanecía impasible
Flotando en la penumbra de los quintos infiernos.
No había rincón del mundo que él no conociera.
Sabía las costumbres de los peces más raros
Y sabía de corrido los nombres tan difíciles
Con que algunos se llaman.
Yo amaba su costumbre de mirar los planetas
Y decir de memoria su rumbo sobre el agua.
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