Origen y reconstrucción del primer hombre (teoría de caín)

Años tuvieron que pasar para reconocer la peste. Sucedió sin embargo, a la misma hora, en que los rayos del sol acostumbraban a reír sin temer ser sorprendidos por el aguacero. Las colinas, mansamente cubiertas por el vaho enemigo, a gusto en los pastizales. Los riachuelos, centelleando hacia arriba, mientras las piedras como pájaros carpinteros angostaban su vuelo sobre las tejas del agua. Parecía haber perdido la vida sus rondas secretas, sus camas arrogantes de limo imperceptible, donde las lágrimas veneraban sus escarabajos. La madre, armada de lengua y mirada gigantesca, creaba esas figuras galantes, fantásticas del hombre del futuro. El padre, recogido en el miedo a su osamenta, dibujaba lechuzas y fermentaba licores para fregar la inmundicia. Asomaba por encima, de la gran humareda de las bestias, el hombro de un gigante. Mientras la siembra adolescente, casi blasfemando, pasaba su mano indeseable por la boca del cielo. Alguien que miraba hacia atrás, decidió recogerse el cabello negro, duro, aplastado hasta la súplica de los rehenes de sus ojos, que le prohibían distinguir hacia adelante: Caín descendía hermoso con el cuerpo de su hermano sobre el arco insobornable de su espalda. Había concluido el primer acto de amor registrado en los anales de la historia. Había Caín lavado, con su atrevimiento, el pecado del mundo.


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Poema Origen y reconstrucción del primer hombre (teoría de caín) - Ernesto Carrión