Oh, Dios, que con tu sangre vuelta un ígneo torrente
Definiste las sendas de la muerte y la vida
Y en cada llaga abierta te transformaste en fuente
De luz para nosotros: la humanidad caída.
Tú que morir quisiste con los brazos abiertos
Para que comprendieran el gesto de tus manos,
Horizontal justicia para vivos y muertos,
La gloria y la tragedia de todos los humanos,
Ven. Ruédame la piedra de mi sepulcro oscuro,
Llega ante mi cadáver, rasga este mal sudario
Que tan pegado llevo de haber vivido impuro,
Inútil, como el hueco de un vacío incensario.
Si tuviste palabras de perdón para aquellos
Que al verte hecho pedazos, se burlaron de Ti,
Tal vez viste mi rostro confuso entre uno de ellos.
Perdóname, Dios mío, porque yo estuve allí.
Te vi morir grandioso. Como un pájaro helado
Que al borde de su nido, con las alas abiertas,
-en agónica estampa – y el pecho desgarrado
Amparaba a sus crías bajo sus plumas yertas.
Porque en tu gesto cupo la humanidad entera,
Uniste cielo y tierra y oeste y este en luz;
Tu corazón en medio. Carne, hierro y madera,
Sellaron el profundo misterio de la cruz.
Apártame la piedra de mi tumba, que es tarde.
Mi lámpara está llena de aceite. Quiero arder.
No dejes que me canten más gallos por cobarde.
Mi fe promete un alba. Sé tú mi amanecer.
Perdóname estos años baldíos. Un buen huerto
Me diste y por descuido, lo tengo sin labrar.
Fecunda mi esperanza, florece en mi desierto
Y apártame la piedra, ¡No quiero seguir muerto!
¡Apártame la piedra para resucitar!