Tu cuerpo, desierto de ti,
ascéticos los ojos de tus fuentes abismales,
descubre sobre qué dureza se ceñirán tus manos.
Del placer, los cauces rotos, por tus miembros,
te aleccionan, en el violento quehacer
que te humedecerá el vientre,
manantial imposible a tus resecos labios.
Innumerables lenguas te recorren la carne
chupándote las sienes y enfriando tu espalda;
gasa de plata empapándote el vello.
La postrer sacudida echa atrás tu cabeza,
cerrados tus ojos, el cuello en vano aguarda
ser cercenado de un ávido mordisco,
pues el deseo, ya, desciende por tus muslos.
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