No era la muerte física
Lo que el grito pedía al asombro de un niño,
Sino la destrucción de la crueldad
Que sólo su inocencia podía redimir,
Y como fuente que levanta su espada de agua,
Separar la savia
De las hojas secas,
El grito no pedía la muerte física,
Sino el relámpago del orden
Que devora el error, confiaba
Al poder victorioso de un niño
La aurora urgente de un nuevo día
Que extinguiera la altiva noche ciega
Con su presencia, que saliera
Una estrella, de los huesos,
Que el mar contenido
En movimiento quieto por las cosas,
Se elevara de gris hacia faisán dorado,
Que el libro no escrito todavía en su alma
Germinara como el roble
En la breve semilla,
Y que del arca antigua devastada
Que traía callada en las entrañas
Escapara la orden de amar
Como Dios nos amaba,
Que el puñado de sol
Que traía apretado entre los dedos
Se soltara,
-decirlo sencillamente ahora,
Cruzando el tiempo
La saeta disparada del alma,-
Quedar libre de haber dudado
De la veloz inteligencia del amor,
Celebrar que los ojos del niño
Hayan visto
La luz del grito: matar
Con el amor
El desierto de amor.