Oda decimocuarta

Mi alma de niña, hincaba sus rodillas
En el suelo del día primero,
En el día de las frutillas,
En el día de la seda, de la centella,
De la flor, del blanco, del pájaro, del calor,
Solamente miraba la escalera de mármol
Por donde subiría, solamente atendía
Al agua de la fuente
En donde el rostro de las cosas
Posaría sus líneas instantáneas,
Como una breve llama en el cristal,
-única fecha sin ocaso
En el caduco calendario,-
Solamente contemplaba la altura
A donde sería vertiginosamente levantada,
¿cómo hubiera podido adivinar
Que el dueño de la aurora
Había sido asesinado por la lluvia
Y que Buitredehiel estaba en su lugar?,
¿qué sus oídos serían clavados por espinas,
Y que ni de carne ni de sangre
De sonrisa concebiría, sino de charque
De disgusto y de veneno, una criatura
De jacinto odiado y de uva mordida?,
Jirones de piedad quedan colgados
En las ramas grises del intenso desierto,
Los niños mueren de frío
En el gran témpano, todo
Se pone rojo como la pana de un corazón
Cercado por agitadas ratas,
Nido, pastor desvelado,
Abrigo, vigor de todo,
Sangre de las cosas,
Domingo de los días,
Salud de los números,
No permitas que a la luz de la luna
Las hienas devoren nuestros cadáveres,
Cordero, nombre de los nombres,
Nombre de la vida,
Perdónanos.


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Poema Oda decimocuarta - Orfila Bardesio