I.
Todo queda en suspenso. El silencio delata
Intriga de mar. Los dedos son claveles sin mástiles,
Oleaje sin ímpetu.
El tiempo se va como un velero impune.
Quedamente madura la luz
Dentro de la tarde se escuchan
Conversaciones muertas. La luna
Muerde, inquieta como el mercurio.
Con lentitud de coágulo los cuerpos recorren
La distancia que media entre el amor y el destino.
Crece el uno hasta volverse alacena vestida
Con lastre de leche y albumen de placenta.
Muy cerca el otro, al desnudo,
Como una antinomia más,
Como un alud,
Como un alabeo que curva
El color impuro del recuerdo.
Así hasta que la piel
Destila su humedad inquieta,
Hasta que el pulso recobra
Su arcilla sediciosa.
II.
Tarda en llegar la noche al ataurique
Dormido del vientre, al abdomen
Que elige la oquedad de los ácaros,
El espliego mutilado del pómulo.
Una lluvia improbable esparce
Estuco de enjambre y hojarasca.
Queda un descuido de otoño,
Un torpe vacío que las manos no llenan.
¿Cómo predecir una materia
Que jamás se confirma,
Que acerca su humus con dulzura
De párpado y seda anegada?
Entre amantes sobran recelos: la carne
Se ofrece entera, simultáneamente,
La lengua se da con exceso.
Los ojos no separan: vinculan los átomos,
Al rubor de la dermis.
Al paladar competen las glándulas,
El glúteo, la taracea del labio.
Las bocas eligen el seísmo,
La brevedad de los hongos,
La blandura de la ameba.
Es el desorden quien derrama inquietud
En los muslos,
Quien acopla la sombra contra el aire
Y un miedo contra el otro.
III.
Con la alegría que impele al suicida,
El pubis acata la ley de los péndulos,
El impulso del musgo, el método de la aldaba.
El cielo hace ruido:
La colcha adquiere ansiedad
De pergamino, temblor de sextante.
Dentro de la piel hay sótanos y esquifes.
Las miradas se oyen
Y se oye el sudor que boga en la frente.
Todo cuanto es ansía su propio destino:
Las brújulas yerran, los pájaros son líquidos,
Las nubes escuecen.
La vida, como las estaciones, va con el sueño cambiado:
A la nieve sucede el estío,
Al otoño la floración de los códices,
De las medusas subsiste un callado oleaje.
Así, sucesivamente, hasta que de nuevo
Comienza un silencio de mar
Donde grana el hastío y todo se anula,
Donde, errantes, los ojos se han dado la vuelta
Y miran sólo hacia adentro.