No se causan mis enojos,
ô Clori, de ajenas glorias;
otras temidas victorias
dan lágrimas a mis ojos.
No envidio dulces despojos
de amante favorecido,
que la suerte me a traído
a no amar ser envidiado;
moriré alegre abrasado,
como no fuera ofendido.
Fundo mi cierta alegría
en vivir dentro en mi fuego,
i aquel deleite me niego
que tu luz darme podría.
Mi dulce passión porfía
en llevarme a tu rigor,
pero ardiendo aun tengo horror
del desprecio con que miras,
i llego a sentir tus iras
más que a estimar tu favor.
No hay sombra de bien que pueda
concederme la fortuna;
crece mi llama importuna
esparziendo el humo en rueda.
I tan abrasado queda
el pecho de su violencia
que desmaya la paciencia;
mas después un favor lento
assí ensuavece el tormento
que aun lo busca la prudencia.
Mas tan poco se detiene,
que vengo a desengañarme
que Amor no quiere matarme
porque más de espacio pene.
La esperiencia me previene
a que huya el cierto daño,
pero amo tanto el engaño
que a la imagen de un favor
siento apagado el dolor
del incendio más estraño.
No sé si llame piedad
a esta remissión de pena,
porque afloxar la cadena
para apretarla, es crueldad.
En esta inhumanidad
a mi llama lisonjea
un cierto error porque crea
en tan acabada fee
que no es cierto lo que ve
sino aquello que desea.
Yo triste a conocer vengo
que mi bien desvaneció;
como sombra me huyó;
lágrimas ya le prevengo
¿Será qu’en el mal que tengo
halle imperio el llanto mío?
Mas, ¡ô necio desvarío!:
contra llamas celestiales
no pueden tibios cristales
ostentar sobervio brío.