No puede ser que el hombre
sólo
sea una expresión entre el tigre y la alondra
una ferocidad
Agazapada Y torva
El infierno y el cielo besan el cerebro
cuando la máquina de escribir anima
las manzanas los insectos y las rosas
que brotan del estiércol
Entonces nos olvidamos de la mosca
dejamos de sentirnos babeados como
estropajos
Cómo podemos
¡Dios de mis padres!
no oír el ruido del mundo arrullando los pétalos
danzando en los cristales del aguacero
Ruido que atraviesa la noche de los apartamientos
la noche de los despachos cerrados
el laberinto de los corazones cerrados
Ruido que tiene la terquedad del oleaje
de la amenaza del polvo
del infinito de los cielos estrellados que hacía
temblar a Pascal
Ruido que nos retrata
y nos semeja a un cántaro
a una teja de barro de casa de campo
Ruido que sube con pequeños estertores de azúcar
al corazón de la guanábana
que le murmura a la oruga que no pierda el tiempo
que a la muchacha le pule los senos como
dos escudos de bronce
que vibra compacto en el olor de la madera
duerme en los artesonados de la Casa del Adivino
en Uxmal
musita tristeza en el fémur de mi padre
no descansa en los 74 años de mi madre
¡Perdóname hijo mío
yo vivo como tú el diálogo de la hierba seca!
Ruido que nos une a todos
en manojo de piel sueños y huesos
Ruido que vence al tigre
y vuelve azucena el ala del ángel
Ruido que se comparte
entre la noche del cuervo
y la llama del alba