Mi voz es el murmullo de las estrellas,
lo sé por algún motivo que desconozco.
Me complace saberlo.
Uno debería de amarse alguna vez a pesar de sí mismo;
por eso digo, mi voz es el murmullo de las estrellas,
lo sé y no sé cómo lo sé,
sería impropio de lo hermoso comprender su hermosura.
El viento pregunta por mí al frío.
Altísimos árboles sin acosarme me rodean.
El frío tiene lenguas.
No huyo porque no pueden tocarme.
Soy puro como la flauta que hechiza el cielo del crepúsculo,
fui soplado por la Divinidad un día cuando el alba,
esto también lo sé porque esta tristeza es terrible como todo lo hermoso,
y sé también que el canto del cielo son las palomas de oro de tu pelo
y que eres una lágrima de Dios emocionado
y que mi voz es el murmullo de las tantas estrellas
y eso me hace feliz.
Todo es tan poco siempre.
Este sitio en que te amo es tan pequeño,
mínimo como las alas de un insecto que flota,
como un nenúfar rojo en una fuente blanca,
pero tendría que ser enorme como una sinfonía que también fuese un siglo.
Eres más grande que este sitio en que te amo pero no sé cómo es posible.
Y yo soy el murmullo de las estrellas,
un silencio más amplio,
por eso no me escuchas o acaso me confundes
con el canto de muerte que se anuncia en la frágil garganta de una Aurora.
El siseo del viento en los nuevos bambúes también puedo ser yo.