El más allá había ocurrido – ya ocurre – en el pasado. No hay huellas, no hay
dicha, no hay quejumbres, no hay posible traducción de lo que será insolente y
jactancioso como todo lo perdido. De algún modo, el relato tiene que nacer en el
exacto momento en que un relámpago atraviesa el cielo, lo astilla de arriba
abajo como al iris que lo observa, como al otro iris mirando al iris.
Inquisitorial, la niebla trae un calor inexplicable aquí. Nada tiene que ver con
un suelo que se enfría. Algo sobresale para mí, se desprende como el olor de la
tierra mojada (la simulación de olor a tierra mojada), indicando que la lluvia
es posible.
La lluvia, la niebla, el relámpago: un algoritmo de unión de leyes oscuras de
vida novelada de voces chorreando ecos en mitad del diamante. Sí, de voces que
se piensan nacer cada vez que un cuerpo las invoca. Porque, ¿cómo
podrían permanecer intactas sino a través de su desprenderse tan cruel, tan
voluptuoso?
Mi biógrafo de Michel Foucault propone a la ignorancia como primer requisito de
ideación de un cuerpo. Arte escrupuloso, prismáticamente vaciado por las figuras
del más allá, se envenena con su genealogía móvil de fantasmas que van y vienen
arrojando babas en el atajo del bosque, babas que son raíces: pero también
abalorios de rara necedad. ¿Qué importa mi tribu?, le dijo el ángel. (Tobías,
5:12)
La podrida llaga y el carbón encendido juegan veracísimos una aventura de
estupor en la fiesta. Los maniquíes son monótonos cinco minutos luego de
haberlos mirado; podría decirse – sin embargo – que hay algo traslúcido y pegajoso
persuadiéndolos a dejar de ser parodias de cadáver. ¡Estos autómatas quieren
simplificarse pero nos enmascaran! ¡Nos condenan sin juicio previo a una boca
mugiente! ¡Nos alarman con su fidelidad de perro!
Se agostan las caricaturas del mundo sobre el mundo. Mañana serán las zurcidoras
del vestigio. Rilke le escribe a su fantasma: -¿Usted no ve como todo lo que
sucede es siempre un comienzo? ¡Y comenzar, en sí mismo, es tan hermoso! Deje
que la vida le acontezca. Créame, la vida tiene razón en todos los casos.
Sin la amenaza ni la traición de los cuerpos, son imposibles los maniquíes.