La casa de los abuelos
tiene las paredes blancas,
altas paredes antiguas,
antiguas paredes altas.
En los árboles del patio
se da el mango y la campana,
abajo, una fuente llora,
viejas Canciones de agua…
Vuelvo al ayer y respiro
calor de tejas soleadas
y escucho el mar en la calle
y las gaviotas del alba…
Vuelvo al ayer y me encuentro
besando sombras sagradas…
La casa es casi la misma,
su olor, sus puertas, su patio,
su luna al anochecer
y al amanecer sus pájaros.
Pero es distinto el silencio
porque no es silencio humano,
es la callada noticia
de la soledad de un ámbito…
Ya los seres han partido:
de ayer solo queda el viento
y en el viento algún latido
y en el latido un recuerdo
y en el recuerdo mi infancia,
la vida con los abuelos,
su risa, su voces blancas,
sus corazones inmensos,
y sus cabellos hermosos
blancos de harinas y sueños,
y sus manos en mis manos
y sus besos en mis besos
y mi hermana en la ventana
o correteando o durmiendo,
y mi madre cocinando
el pan en el horno viejo.
Y el bullicio de la gente
y las campanas del pueblo,
y todo aquello que fue
que hoy solo existe en mis sueños.
¡Qué inmensa la soledad
y más inmenso el silencio!
Cuánto soy en este instante,
cuánta memoria y distancia…
Una sombría dulzura
ha envuelto toda la casa…
De pronto, cae la lluvia,
y se humedece mi alma…