Maldigo

Maldigo tu belleza. aunque sólo te deslizes en mis
fantasías: desgarro en ellas mi pecho con trémulas manos para
respirar tu aroma. Pero maldigo. Maldigo el día aquel en el cual tu
nombre me bendijo. Maldigo esta música lerda, rea en el yugo de tu
lejanía. Maldigo los viajes de la rutina, cuando te evoca el tedio,
te llama a gritos la desolación. Sí, tú, en los vastos páramos del
olvido, aún me nombras, aún me miras. Musa, Musa, simple materia de
ansiedad, niebla de sueño, y llanto de tener tu boca susurrando en
mi boca, tu lengua lozana en mis labios huraños; masticarte la
sonrisa, y el manantial diáfano de tu caricia derramándose en mi
cuello horrorizado, tremendamente horrorizado porque no puede ser
real. Pero maldigo, sí, maldigo. Maldigo el himno de tus cadencias
al hablar, el deambular en suspenso de un canto que no se oye, que
no murmura; estruendo atiborrado de infinito, idioma distante, eco
de erial. Maldigo, tu llanto ausente, tu redención fingida. Maldigo
que mi querer sea la constelación toda en tu noche inmensa, y
maldigo que esto no sea así. Te pienso, de pronto, en estos viajes
de la rutina, del tren cansado. Hoy llueve afuera, y caen rayos de
cristal en los vidrios; parece el cielo gris de tormenta y el
crepúsculo se sonríe, se burla de mí, grotesco, cruel,
miserablemente cruel. Sórdido el hedor pútrido que despiden los
silencios cuando te hablo en mis fantasías; te lo dije, aquello de
que te paseas en mis fantasías? ¿te lo dije?. Ah, me arrancaste la
soltura, me crispaste la endereza, algo descarada… Maldigo el día
aquel en el cual tu nombre me bendijo. A mi, el absurdo, el frágil,
el perro bruto a orillas de la ruta, lo maldigo, a aquel día, lo
maldigo. Sí, fue entonces mi perpetua condena al desdén. Sí, fue
entonces incesante la voracidad de mis quimeras… ¡Ah, mujer, pero
no puedo mentir! Eres tú la silueta de todo lo bello que guarda el
mundo. Eres tú la forma, eres tú la brisa estival que se eleva al
cielo claro; la fantasmagoría enamorada que nunca supo de morir. Yo
maldigo aquel día en el que, ¡cándido y herido!, me arrojé a
buscarte, a perseguirte; cuando las mil cuchillas de lo imposible
penetraron mi sien, cuando las mil zarzas dolientes de tu
indiferencia embistieron mis idilios, pero eres tú la idea, y la
forma, y el color. Sí, yo te anhelo, yo te ansío. Te lo dije ya.
Usurpas mortal todos mis pensamientos; arribas allí como una navidad
en la infancia. Tú allí eres mía, eres mía, e indagas en mis
voluntades, y me proteges del azar. Allí, ¡piadoso ensueño de paz!,
Yo te investigo, te quiero, le dibujo violetas rutilantes a tu
sombra, a tu idea ancestral. Allí, vago, me duermo en las hebras
tenues de tu anochecer; allí, hidalgo, te silencio las palabras de
un beso. Taciturno en el tren, miro siempre a través de la
ventanilla aquellos edificios que juegan a las escondidas, o
aquellos árboles vencidos en las veredas, o a la gente, que se
encierra con presteza en algún capullo de hormigón. Yo, que cuando
te guardo en el pensamiento, miro hacia afuera, siempre hacia
afuera. A veces volteo la mirada ruda con la fe enceguecida de
hallarte a mi lado, sentada, con tu silencio vulnerable, con tu
mejilla tibia rendida al beso mío. Yo volteo la mirada; sí, mujer,
para buscar tu mano, tomarla, y contemplar risueño los anillos que
la decoran; yo me volteo. ¡Fantasma verosímil, iluso dolor!
Verdaderamente convencido de que allí te encuentras, de que alli
descansas… pero no, pero no. Hallo lo que hallo, miradas
fastidiadas, muecas extrañas; pudoroso enjambre de hombres que nada
saben de ti. Me miran, apenas subyugados, tal vez, ante el
resplandor arduo y desdichado de mi semblante, huella furtiva y
perpleja de una vehemencia ya herida, ya frustrada… Ah, Dios, ¿por
qué bendito es el ensueño, y por qué maldito el despertar? Recorro
sigiloso las penumbras de la idea ancestral. La que es tuya, la que
es mía. Yo sólo maldigo todo lo que está lejos de ti.


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Poema Maldigo - Matias Lucadamo