También jugué yo con volantines:
Aprovechaba el viento del mar,
en una playa donde las gaviotas raspaban sus alas para mantenerla blanquita y acogedora…
Contra un cielo límpido, donde jamás gruñía el invierno,
garabateaban mis volantines sus caprichos.
El mar hacía coro a mis gritos: era mi compañero de guardapolvo azulejo.
Yo creía poseer infinitos corazones.
Y, cuando encumbraba un volantín, pensaba, seriamente,
que uno de mis corazones salía de paseo por el cielo.
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