La Afrodita sin brazo izquierdo
del Museo Británico
irradia sueños empolvados
y lo acompaña.
Espíritus, musas, hechos con dirección desconocida,
ídolos húmedos,
sombras con tatuajes de calendario,
sombras que miran con agujas de olvido
jamás se van de la fiesta.
Protagonizan soledad y derrota
un mundo de héroes conquistados.
El poeta no está solo.
Reza el diario de Ana Frank
y resucita muertos.
Un lugar, al otro lado del mundo,
le quita el sueño.
El silencio lo deja exhausto y grita muertes premeditadas.
En un amor dos caen sepultados
durante noches sin límites.
Con la sociedad que el poeta crea,
escucha las dulces flautas de Tesalia.
La belleza lo tortura en el banco del juicio.
Asume la topografía del cuervo
y enciende con símbolos una danza transparente.
Cosecha amantes en la blancura de las olas
en el tiempo redondo de la luna.
Muere antes de morir
en el cementerio inconcluso de los recuerdos.
En su fuga imposible
nunca está solo el poeta.
Lo poseen voces inasibles y punzantes,
Lo consume el aroma fatal de su amada,
la palabra, esa divinidad salvaje
que copula con espejos indisolubles.