He aquí la casa bien oculta
Tras las nubes de la celeste bóveda,
Preservándola de los fieros cacos
Terrenales que alrededor acechan;
Y así poder vivir metido en ella
En medio de una tibia paz siquiera,
Aferrándose a las calladas cosas
Que no dejan de estar a cada rato
Acompañando como dulces seres;
Porque al paso del día y de la noche
Todo aquello que inerte y fiel yace
En las proximidades de uno siempre,
En el templado seno de la casa,
Resulta parte de la invisible alma,
Ya una sola naturaleza exacta.