Aquí, en las arenas del crepúsculo/
Un nómada berebere observa su corazón inmóvil.
Dirigiéndose a él le plantea sus cuitas y le interroga/
Con preguntas convalecientes desde su última anidada.
¡Oh, dador de vida! respóndeme urgentemente/
Le dice/ antes que levante mi tienda de querer:
¿A dónde fue la pluma ésa/ la ardida/
Consumida en el aire por el amor cenital en su apogeo?
¡Ah la luz!, aquella ansiada por la urgente sed del corazón
¿dónde ilumina con antelación a las sombras impávidas que la acechan?
Mi reino por un haz de luz/ aunque sea de luna/
Que provea de claridad al alma asediada por la cerrazón.
Y lo celeste que transcurría entre dos torres pupilares/
Que venía embebido en un colibrí que le libaba el amor/
¿a dónde voló con alas inminentes?
¿porqué no se posó en la ramita ésa que crepitaba espejismos?
Y la tierra fecunda que prometí buscar/ ávido/
Para que una germinación suceda a una semilla/
¿en qué punto del horizonte bajó a pernoctar?
¿dónde están las cumbres sucesivas
Que acogieron su asentamiento en espera de la lluvia?
¿Y dónde está la lluvia esa, aunque sea un ínfimo rocío,
Que los dioses prometieron arrancar a los elementos/
Para regar un corazón baldío que aún ondea su hojita verde levantada?
Un corazón nómada no puede estarse nutriendo
sólo de lo humectante que nace de la pupila
Y desciende por las mejillas taladradas.
Y esos ojos ascendentes que se debatían en la cruz del sur/
¿dónde iluminan ahora?
¿porqué se han evadido del faro que alimentaba de luz
A toda la ínsula de pulsos primordiales del mar de la circunspección?
Ya me bebí el primer té amargo de la vida, a borbotones.
¿porqué el segundo, ese suave como el amor,
Me deja un rictus triste en la boca?
¿me darás por fin las respuestas, antes que me beba el tercer té,
Dulce como la partida?
Si tú no lo sabes, allende el horizonte que se engulle a la distancia
¿estarán las respuestas salvadoras a estas irrefrenables preguntas?