Era la siesta en el verano
a la hora sublime
el claro para huir,
la mansedumbre.
En el jardín los lirios
y un dulzor de medio día
brotando del laurel
en la vereda.
Era en el transcurso
la callada voz
del centro que pugnaba…
en la cocina un tiempo de parálisis
y en el sueño el laberinto
con viejas ciudadelas sin reloj.
Era el sopor de las guanábanas
blandura de cuerpos y senderos,
delicia en el rosal todo capullo,
aquella anchura a descollar sin fecha
por temprana en el vitral…
y el sueño de los perros y los gatos
como de palabras tiernas.
Por las calles subían
las enredaderas,
en los portales la benignidad
y las cornisas
brotaban del juego en la lisura
hasta el naranja ladrillo
vertido en cada oscilación de los sillones.
Un joven desnudo y brillante
de rostro frutal y ojos de arroz
con el cuerpo labrado de fogatas
caminaba siempre hacia la puerta.