De mi choza a la puerta recostado,
Lejos de la ciudad y su ruido,
Te dirijo estos versos, Delio amado:
Que tu recuerdo, precio más subido
Pone a la holgura y perenal contento,
Do yazgo hace dos meses sumergido.
Solo, libre, sin otro pensamiento
Que vivir y gozar; sordo a pesares,
Y de ambición y de codicia exento.
Sombrean mi mansión verdes pinares,
De olmos interrumpidos y maleza
Que abrigan ruiseñores a millares.
Y allí su virginal, pura belleza,
Sin afectado esmero ni artificio,
Luce en toda estación naturaleza.
Ante el modesto, frágil edificio,
Se juntan los muchachos de la aldea
Que aún no contaminó pasión ni vicio.
Turba ruidosa que el jugar recrea,
Y a quien da la inocencia más ventura,
Que al grande el esplendor que lo rodea.
Yo contemplo sus gracias, y la holgura
De sus triscas alegres, envidiando
Su robustez, su fuerza, su soltura.
Con gacha oreja y rostro venerando,
La bestia amiga del jovial Sileno
La espalda presta, dócil a su mando.
Símil de la nación que al yugo ajeno
Sin murmurar se dobla, y muy sumisa
Lo sufre aun sin tener el pancho lleno.
Mis ojos no ven más que blanda risa,
Calma y serenidad; florida grama.
Mi pie, no alfombras orientales, pisa.
Y ella me sirve de mullida cama
Mientras el Sol en la callada siesta
Las altas cumbres del cenit inflama.
¡Oh cuán dichosa y dulce vida es ésta!
¡Cuán segura del tiro malicioso
Que infatigable la calumnia asesta!
¡Cuán profundo es el sueño! ¡Cuán sabroso
Manjar que no transforma diestro artista,
Y que no envidia parásito ansioso!
Ni fraile, ni doctor, ni oficinista
Ni hidalgo, ni soplón, ni novelero,
Mi quietud interrumpen con su vista.
Ni al malvado que puso en candelero
Algún bondoso protector Juan Lanas,
Con forzada humildad quito el sombrero.
Ni en mis oídos zumban las campanas,
Que anunciando al mortal fiestas divinas,
Le revelan también miras profanas.
Ni tengo que asistir a sabatinas,
Para escuchar imbéciles doctores
En frases disputar turco-latinas.
Fueron de mi niñez perseguidores
Estas sociales pestes, y hoy respiro
Lejos de tanto cúmulo de errores.
De la creación el insondable giro,
Y el perenal concierto que lo mueve,
Desde la puerta de mi choza admiro.
Con prestas alas el ingenio leve
Tal vez osa subir a tanta altura,
Y sus prodigios a cantar se atreve.
Y en la apacible soledad oscura
No temo que el pedante satirice
De mis versos la fácil estructura.
Quien en las aulas trabajó infelice
De duras reglas bajo el torpe yugo,
Mis audaces conceptos martirice.
Por la corteza menosprecie el jugo,
Menosprecie el sentido por las voces,
Que así a Renjifo y a Cascales plugo.
El genio va con pasos más veloces
De la inmortalidad a la alta cumbre,
Donde se anega en inefables goces.
Mas ya del cielo la argentada lumbre
Del lejano horizonte se retira,
Sin dar al hombre recto pesadumbre.
Del estivo calor libre respira
Naturaleza, y en silencio goza.
Tiempo es, oh Delio, de colgar la lira,
Y de cerrar la puerta de la choza.