La noche

No para mí los anchurosos valles,
¡Oh sol! coronas de precoz espiga;
No a mi placer consolador majuelo
Dora tu llama.

No yo a gozar de tus hermosos rayos
Cuando la escarcha del Enero rompes
La ijada hiriendo de alazán brioso
Cruzo la vega.

¿Qué alumbra mío tu fulgente carro?
¡Ah! ¿Qué me anuncia que dolor no sea?
¿Cuándo a templar de mi destino el ceño,
Cuándo amaneces?

Aguija al menos tu cuadriga, ¡oh Febo!;
Hiende veloz el eternal zafiro,
Y allá perdido en los profundos mares
Huye a mi vista.

¡Cuánto más grata a mi abrasado pecho
De Cintia luce la dudosa tea
Cuando retarda su tranquilo curso
Tétrica nube!

¡Oh de Morfeo bonanzosa madre!
¡Oh dulce tregua a los afanes míos!
Ven. Tiende al orbe el misterioso manto,
Lóbrega Noche.

Yo te deseo como al nueva
De virgen rosa purpurado cáliz;
Y no es mi seno al horroroso crimen
Bárbaro asilo.

Ni tanto es fiero tu atezado rostro
Que al hombre infunda merecido espanto.
Más de una vez en hermosura y pompa.
Vences al día.

No siempre en torno a tu dosel umbroso
Rugen los vientos y el olimpo truena;
No siempre arrasa los floridos campos
Árido hielo.

¡Cuán apacible en el ardiente Julio
Con mil estrellas tachonando el cielo
Reposo al hombre y al vergel envías
Céfiro leve!

¡Oh cuánto es dulce sobre el haz dorado
Libre tender los fatigados miembros
Cuando en los brazos del pastor querido
Vela Diana!

Todo es sosiego. Murmurando apenas
Desciende al mar el argentado río.
Susurra apenas en tu copa el aura,
Plácido fresno.

Sólo el silencio de la noche viola
Suave cantar de codorniz amante,
O allá a lo lejos el zagal sonando
Rústica avena.

¡Horas felices! Corazón helado
Yace en el seno del mortal que os odia.
¡Horas de paz! En alabanza vuestra
Suene mi lira.

Si el sol recrea y reverdece el campo,
También su hoguera lo consume activa;
Si alguna vez a la virtud alumbra,
¡Cuántas al crimen!

¡Oh infausto siglo! Las nocturnas sombras,
Gratas un tiempo a los malvados fueron.
Hoy no; que impunes a la luz sus ojos
Alzan osados.

¡Oh Noche! En tanto que tranquilo sueño
El vil traidor y el asesino duermen,
Tú los prodigios de Natura sabia
Plácida velas.

¿Por qué te llaman de la muerte imagen?
¡Oh sacrilegio! Cuanto puebla el mundo
A ti su vida y sus delicias debe,
Próvida Noche.

Y tú de amor, que las tinieblas ama,
Los dulces hurtos con tu negro manto
Cubres amiga; y el amor mi culto
Lleva a tu templo.

Almas sensibles a la grata herida
Que el niño alado sonriendo graba,
¿Cuál de vosotras negará a mi canto
Precio sublime?

No empero, oh Noche, tus tranquilas horas
Torpe conato a bendecir me impele.
No amor venal de meretriz infame
Guía mi planta.

Ni el sacro lecho del ausente esposo
Corro a manchar; ni seductor aleve
De incauta virgen a la fama tiendo
Pérfido lazo.

Vuelo a la choza de mi Silvia bella,
Mansión celeste de inocencia pura:
De Silvia bella, que me llama, ¡oh gloria!
Bien de su vida.

Feliz entonces mi destino acerbo
Lanzo al olvido con la luz febea;
Y apenas puede contener el alma
Júbilo tanto.

Ora ingeniosa a las palabras yertas
Que a la importuna sociedad dirige
Sabe mezclar para embeleso mío
Blandos amores.

Ora sus labios deliciosos ríen;
Ora en sus ojos mi ventura leo,
Ora en las mías al descuido encierra,
Cándida mano.

Ora… Mas ya del perezoso día
Lánguida brilla la remota lumbre.
Silvia me espera. – Protectora Noche,
Dame tus alas.


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Poema La noche - Manuel Bretón de los Herreros