Mira; ya por la cima de aquel monte,
Riente con su trémulo arrebol,
Ilumina el espléndido horizonte
La blanca aurora que precede al sol.
¡Oh! cuán hermoso y vivo y transparente
Ese vago crepúsculo oriental,
Quiebra en las nubes su reflejo ardiente
Tiñéndolas de gualda y de coral.
Quien lo dijera que tan triste día
Puro y tranquilo amaneciera así,
Hoy que burlando la esperanza mía
Me obliga el hado a separar de ti.
Pero debo partir… fuerza es que rompa
La dulce paz de mi tranquilo amor,
Por el ronco gemido de la trompa
Por el grito de guerra atronador.
No apartes tu mirar turbio de enojos
Para ocultar tus lágrimas. – No a fe,
Que yo sé bien que el llanto de tus ojos
Bálsamo siempre a mis dolores fue.
A Dios, y si te debe por ventura
Algún recuerdo mi constante amor
No olvides que sin ti, sin tu hermosura,
También yo gimo con mortal dolor.
Acaso así, en un punto, en una hora
Nuestras lágrimas juntas correrán,
Y esta sola ilusión encantadora
Será el alivio de mi negro afán.