Para restaurar el régimen de la cordura,
el predominio de la razón,
hacen falta
las herramientas que manos clandestinas
enterraron bajo el árbol de la sangre.
Por las aceras de nuestro siglo
caminan pies que han olvidado
el tibio contacto del lodo
tan a salvo de la hierba y las espinas
que me resulta imposible encontrar
mis propias huellas en el suelo.
Como tantos me pierdo y me distraigo
por calles infinitas,
espesas de humo y cegadores destellos.
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