Ha bastado un lienzo de luz, el vaivén
De la mañana, y pronto he vuelto
A acostumbrarme a este cuarto de hotel,
Los muebles carcomidos, el lecho
Alborotado. Acaso tal vez
La claridad añada un brillo diverso
A la pátina sucia del polvo que
Simula en las cosas la mano
De la muerte. Entre una leve nitidez
Duermes todavía. Pesa el silencio,
El sudor tibio, la extraña morbidez
De tu rostro. Hay un raro sosiego
En la penumbra, voluntad de no ser
Sino aquello que guardan los sueños,
Voces, formas, mundos sin porqué.
Desde el fondo quebrado del espejo
Se fingía la presencia del envés
De quienes, ya sabiéndose sin tiempo,
Danzaban con los muslos prisioneros
La duda, la quimera d’un jour de fête.
En el aire perdura el reflejo
Que grabara la noche en la pared.
¿Ha amanecido ya?, dijiste al verlo,
Tu voz toda viola y rabel.
Yo miraba, miraba lejos, lejos,
Bogando como un cisne de papel
Las aguas inciertas del recuerdo,
Los aljibes urgentes de tu piel.
La vida.