Como San Pablo, digo: – Aquí, Señor, y ahora.
No habré de malgastar el tiempo que me diste,
tampoco ha de encontrarme nuevamente la aurora
con las vacilaciones del medroso o el triste.
Ni siquiera con dudas que malogren la hora
-en que, tal vez, para algo supremo me elegiste-,
dilaciones inútiles, excusas y demora,
por cuanto el corazón de sus ansias desiste.
Emprenderé sin más, resuelta, mi tarea,
para llevarla a cabo en el mismo momento:
cotidiana labor, con firme iniciativa
u hogareño trabajo, por humilde que sea.
Y si debo expresar el noble pensamiento,
lo escribiré al instante para que en otros viva.
(Aquí, siempre y ahora, leal a lo que siento.)