Himno al criador

Ni el sol puede apagar su ardiente llama,
Ni la tierra, que guardas suspendida,
El grito universal con que te aclama,
Señor del sol, del mundo y de la vida.

Las esparcidas razas de los hombres
Diversas en color, rito y costumbre,
Te llaman sin cesar con varios nombres,
Gran ser, Rey y salud, principio y lumbre.

Esta voz que dirige sin flaqueza
Todo siglo y lugar a tu sagrario,
Es un perfume vivo a tu grandeza,
Lo quema el corazón que es, incensario.

Cuando al silencio amigo de la luna
Mecido en un ramaje tembloroso
Do tiene su esperanza, patria y cuna,
Suspira el ruiseñor armonioso,

Pájaro solitario en su desvelo,
Que viste humilde cuna sin colores,
Siendo dulce laúd y arpa del Cielo,
Intérprete del alma en sus amores;

Que al desterrado bardo representa,
Peregrino en un mundo de agonía,
Que de hieles y absintio se alimenta,
Mientras vierte raudales de ambrosía;

Cuando en éxtasis plácido y sonoro
Enlaza los sonidos su garganta,
Cual cadena tenaz de eslabón de oro,
Llenando el bosque de ilusión… él canta…

Canta, Señor, tu gloria en el reposo,
Que aunque dormida está naturaleza,
No duerme su cantor más delicioso,
Y aunque acabó la luz, tu gloria empieza.

Cuando el hombre miró sus esperanzas
Caer cual hojas secas y perdidas,
Que al fin ya del otoño en mil mudanzas
Agitaran las auras atrevidas;

Cuando cada pesar impertinente
De que la humanidad nunca se libra,
Un surco de dolor aró en su frente,
Y de su corazón gastó una fibra,

Y el amor deslustró la gasa pura
Y aquel brillante polvo de sus alas,
Cual insecto que pierde sin ventura
En las manos de un rústico sus galas,

Es fría la Amistad, pierde su baño
De dorados barnices la mentira,
Desnudo se presenta el desengaño
Y la varía quimera se retira;

Cuando el hombre su triste pensamiento
Separa de este todo y lo levanta
A la mansión eterna del contento
Que embellecen los ángeles… él canta…

Canta, Señor, tu dicha que no cesa,
Suspira por un bien que no se acaba,
Y vagando en tu luz que le embelesa,
Por gozarte sin fin, sin fin te alaba.

Cuando el genio se eleva en su destino,
Sigue su inspiración sublime y rara,
Y da formas al bronce florentino,
Quiere arruinar el mármol de Carrara;

Cuando pinta en los lienzos preparados
Angeles melancólicos y bellos
De contornos aéreos, delicados,
Largo perfil y nítidos cabellos,

O vírgenes de flor, velado el seno
Más puro que el aliento de un Querube,
Cuyo semblante oval, de gracias lleno,
Salta de leves gasas de una nube;

Cuando con vena rica y abundante
Que ha de dar a sus ansias lauro eterno,
Describe como Milton, o cual Dante,
El Edén de delicias, o el infierno,

O derrama en sus notas cadenciosas,
Que el corazón en éxtasis arroben
Lluvia de vibraciones sonorosas,
Como el cisne de Pésaro y Beethoven:

Cuando suspende el alma y el sentido,
Excita los afectos, los encanta,
Y por el entusiasmo sostenido
Domina los espíritus… él canta…

Canta, Señor, los dones que tú envías,
Que el genio es hijo tuyo, si derrama
En mármoles y lienzos y armonías
Esa expresión feliz que el mortal ama.

Cuando con el rumor de bronco trueno
Preñado como el mar de espuma hirviente,
Que rebosa en los diques de su seno
Y corona su salto sorprendente,

Se desprende el Niagara, de su asiento,
Émulo del diluvio proceloso,
Rey de las cataratas turbulento,
De masas de cristal turbio coloso;

Cuando con gran sorpresa de sí mismo,
Desde el aire azotado que domina,
Derrumba a las entrañas del abismo
Que le sirve de tumba cristalina;

Cuando el iris magnífico retrata
En medio de brillantes surtidores
De menudos aljofares y plata,
Que saltan con murmullos hervidores;

Cuando ruge feroz como tormenta,
Y al que mira embelesa o bien espanta,
Pues vierte los furores que alimenta
En sus raudales líquidos… él canta…

Canta, Señor, tus glorias y portentos,
Canta tus alabanzas noche y día,
Y los siglos escuchan siempre atentos
Su monótona y tosca sinfonía.

Amad al Hacedor los que le amasteis,
Y el que nunca le amó, que le ame luego,
Implorad su favor los que implorasteis,
Y el que nunca imploró, comience el ruego.

En torno de su trono se reúna
Suspiro general de todo el mundo
Que empiece en el vagido de la cuna
Y acabe con el ¡ay! del moribundo.

Que Dios formó la lluvia y el rocío,
Pintó también la aurora nacarada,
Y llenó los espacios del vacío
Con globos que ha sacado de la nada.

Él ha dado a los justos por sustento
El maná de su amor que vivifica,
Y al malvado el atroz remordimiento
Que no duerme jamás, áspid que pica.

Él las alas al céfiro engalana
Templadas en sus fuentes de frescura,
Lo enmarida también con la mañana
Para que nazcan flores de ventura.

Amad al Hacedor los que le amasteis,
Y el que nunca le amó, que le ame luego,
Implorad su favor los que implorasteis,
Y el que nunca imploró. comience el ruego.


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Poema Himno al criador - Juan Arolas