Era un pez muy solemne.
Hablaba con los ángeles, los santos y las vírgenes
Que los barcos piratas habían abandonado
En las criptas sin luz de los océanos.
Y, a pesar de lo oscuro de las profundidades,
Le brillaban las escamas y le brillaban los ojos
Como dos lentejuelas o dos ónices negros.
Cuando me presentía,
Huían sus miradas al ruido de mis pasos
Como si le asustasen los cantos y las voces
De esos seres huraños con los que convivía.
Y cuando se nublaba o se escondía el sol,
Subía a lo más alto,
Y me traía del fondo anillos y collares
Para que yo supiera lo mucho que me amaba.