Hasta que el tiempo fue reconstruido
bajo tu propia vigilancia, cuántas
residuales versiones de los hechos
fueron depositando su carroña
en papeles, en bocas, en conciencias.
Hombres e ideas tenebrosamente
instalados en la mitología, textos
que suplantaron con abyecta máscara
el rostro de la historia, allí
se conjuraban para hacerte cómplice
de la maquinación contra el fantasma
que recorrió tu juventud
hasta que el tiempo fue reconstruido.
¿Cómo escapar a ciegas, desandar
el camino? ¿Quién que no tú
lo haría, con qué trámites
de acotadas lecciones, testimonios
apócrifos, tenaces simulacros?
Arduo oficio fue el tuyo e inhumanas
las trampas de la vida. ¿Con qué suerte
de antídotos, argucias, imposturas
te preservaste del contagio, mientras
a solas compartías las ruinas
hasta que el tiempo fue reconstruido?
Elegir no pudiste una verdad
distinta de la única, algún medio
de subvertir el orden del pasado,
dirimir lo proscrito, rechazar
el asedio.
Pero tú mismo fuiste
tu testigo: primero un libro,
una mano después, más tarde
una palabra, luego un hombre
y luego otro y otro más, y un año
y otro año, una premonitoria
concurrencia de hombres y de años,
y media vida que concurriría
para que al fin y de tu propia mano
otros nombres pusieras a la historia
mientras que el tiempo fue reconstruido.