¡Cuántos niños han muerto
A la sombra de nuestras esperanzas!
Nosotros los mayores no merecemos perdón.
Utilizamos la ternura para infundir
Y las escuelas matutinas para inculcar
Las estatuas callejeras para infligir
Y los discursos en la plaza para perpetrar
Y los manuales y las prédicas y los
Premios dominicales y los programas
Infantiles en la televisión y luego
Los dejamos morir traspasados por
Las bayonetas. ¡Cuántos niños han muerto
A la sombra de nuestras esperanzas!
Nosotros los mayores somos inventores
Del cariño y luego productores de la bayoneta.
Nosotros acariciamos la esperanza y luego
Somos los impávidos verdugos de la esperanza.
Hemos inventado la ley y el cumplimiento
De la ley. Hemos creado la vida y decretado
La muerte. Somos los treinta dineros
De nuestras propias alegrías. Merecemos
Tristeza, merecemos eternamente la esperanza.
Vivir la realidad y estrangular
Los sueños. Ajusticiarlos a quemarropa.
Ponerles nuestros nombres y asesinarlos.
Nosotros los mayores que hemos perdido
El respeto al pasado y asesinamos el futuro:
Los que decimos: ¡son los hijos ajenos!
Como si fueran ajenos nuestros hijos
Como si fueran hijos del árbol o de las rocas
A del crepúsculo boreal como si fueran
Hijos de la llama y del ornitorrinco
Como si fueran hijos de otros sistemas
Solares o patrias cósmicas ultravioletas
Coma si nosotros las mayores no fuéramos
Los padres de los hijos a silos hijos
De los mayores fueran los hijos de los menores.
Somos nosotros los culpables. Somos
Los implacables destructores de nosotros mismos.
No merecemos perdón. Merecemos la esperanza
Eternamente sumergidos en la esperanza.