Gitana

Una gitana pasó junto a mí.
Las primeras lluvias de otoño
corrieron por las calles
igual que muchachas perseguidas.

Una giana pasó, pasó y se fue.
Sus ojos eran dos yegua negras
de sueño, desveladas y tristes
por un potro que centelleaba
desde la otra orilla del mar.

Desapareció como agua en la arena,
pisando delicada una alfombra
de huesos de gitano y puñales ya fríos
en corrales misteriosamente abandonados
por silenciosas cadenas de espuelas.

Aquella gitana-rusa, al pasar por aquí,
abrió su boca húmeda
y derramó su aliento de parda miel.
Tras de su rostro, luego de su aparecimiento,
nadie más podrá hurgar en la líneas de mi mano.
Decirme de qué estoy hecho,
de dónde vengo y para dónde voy.

Se lo llevó todo y me dejó en la calle,
fuera de mi propio corazón. Solo.


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Poema Gitana - Roberto Obregón