Sabía que detrás de los sillones
Se escondían sus ojos
Llenos de virajes, de pájaros tenaces
Alterando el sueño entre la mueca
Que más que movimientos
Fueron inútiles llamados al abrazo.
Las disquisiciones casi muertas
Plegándose a la hora en que el tacón se queja
Al borde de tocar alguna otra memoria
En que se encierran los puntos cardinales.
Sabía tras la puerta encerrada
La única verdad sin miedo en el reposo de su sombra
Que viajaba en silencio mojándose los pies
Con angustia de caracoles y protuberancias
Enredados en el tronco de la especie
En la estopa de los brazos
Con esa densidad de humo inmóvil
Transfigurada la boca en manija
Que no pudo blandir la muerte
Cuando el puñal de la voz que el viento no detiene
Hería la costumbre, la serenidad
Devolviéndole su anchura de adioses
Su máscara de espacios apagados
Sentado en una vaguedad sin nombre
En que él mismo en su pretexto
Era sombra y cabello del invierno
Coagulado de tiempo en los portales
Pariendo ecos y respiraciones
Olvidado de buscar los acertijos en el olor de las calles
Sabía que ya nunca inventaría la lágrima
O el silente arribar de fondos amarillos
Para ponerle un rostro sin dolor sobre el recuerdo
De sus puntas afiladas
Considerando que el beso
Mustio acento en ojal de otra escafandra
Era una vergüenza de su orgullo calcinado
Casi anónimo en el agrio de la luz que reventaba
Aquel bombillo en el que ya no cabían más proyectos.
De haber sabido otras cosas por ejemplo
De haber sabido cómo encontrarse
Se hubiese arrancado el mármol de los dedos.