Era un mundo de fraude el que me precedía,
Era un mundo de engaño.
De allí me quedan aguas que no bebo
Y terciopelos rígidos al tacto.
De allí me quedan libros anacrónicos
Con versos que escribía la tinta de mi llanto.
¡Qué mundo aquel de falsa gloria,
Qué espejismo, qué chasco!
Iba al placer de otros y escondía
Mi luto empecinado.
Reverenciaba las ajenas tropas
Con sus escudos altos,
Mientras que mi bandera perforada de plomo
Les borraba la sangre a mis soldados.
Era un mundo de vértigo, era un mundo de cal,
Era un mundo gitano.
Pero yo me empinaba en aquel mundo
Donde mis propias huellas
Me eclipsaban los pasos.
Qué deprimente es para el hombre
Hacer parir la tierra sin ver el fruto agrario;
O fabricar escalas para hablar con las nubes
Y sentir que se rompen los peldaños;
O argumentar amores que no existen
-dramaturgo frustrado –
Hasta advertir que la tragedia propia
Es la más taquillera del teatro.
Y qué humillante es para el hombre
Construir su castillo ilusionado,
Y que se abran en grietas las ventanas,
Acordeónicamente, con fúnebres espasmos,
Para arruinar esfuerzos y vendimias
En un racimo de años.
Y qué vivificante es para el hombre
Con las cenizas modelar un vaso
Para beber en él la redención
De un licor presentido y esperado.
Y qué reconfortante
Es que broten riquezas de las manos
En la pluma que canta, en la nueva caricia,
En el fervor a Dios y el amor al trabajo.
Porque allá en la total reconditez
Donde espigan las ramas del milagro;
En ese lugar hondo, caldeado en las corrientes
De fuegos milenarios;
En la savia, en la médula, en la siquis,
En lo menos convexo, en lo más subterráneo,
Una gota de amor – sólo una gota –
Se acunó en un rincón como un presagio,
Y echó raíces, germinó en mi yermo,
Y fruteció lo infértil de mis campos.